14 septiembre 2007

Albóndigas con berenjenas

Tenía yo el domingo pasado antojo de comer albóndigas, quién sabe por qué. Así que me planté el delantal e improvisé las primeras albóndigas que he cocinado en mi vida. No, no tiene tanto mérito porque sí he visto a mi madre hacerlas un montón de veces. Pero le he querido añadir berenjena para darles un toque más mediterráneo. Y esto es lo que ha salido.



Este plato se cocina en dos partes: la salsa y las albóndigas.

  • La salsa: tomate frito.
Me encanta cocinar tomate frito. Normalmente hago una olla enorme, y luego lo utilizo en salsas para pasta, o para comer con pescado, o con verduras, o simplemente solo. Por si alguien no sabe, se hace así:

Cubres el fondo de una cacerola con aceite (de oliva, por supuesto) y ahí sofríes, a fuego medio, una cebolla, un diente de ajo y un pimiento verde cortados en trocitos pequeñitos. Cuando la cebolla ya se ve transparente, viertes como un kilo de tomate triturado encima, un puñado de sal y media cucharita de azúcar. Remueves un poco con una cuchara de madera y lo dejas a fuego lento durante mínimo media hora. Como entrará en ebullición y lanzará gotitas de tomate por todas partes, mejor tapa la cacerola, pero no del todo, déjale una rendijita para que salga el vapor de agua que va perdiendo el tomate.

Muy importante: remover de vez en cuando para comprobar que no se está pegando al fondo de la caerola.

Y sobre todo: disfruta del "tap tap" que hace la tapadera al rebotar sobre la cacerola.

  • Las albóndigas.
He puesto en un bol grande unos 600 gramos de carne picada de cerdo y ternera, y encima he ido añadiendo, todo cortado muy pequeño, dos dientes de ajo, un trozo de puerro, media berenjena y perejil. Además, sal, pimienta y dos huevos batidos. Y yo no tenía en casa, pero me pedía a gritos parmesano rallado.

Llega un momento crucial: hay que arremangarse y meter las manos en la masa. Empuja con los puños cerrados, dale vueltas, separa con los dedos y vuelve a unir. Con firmeza pero con cariño. Disfruta del acto de amasar, siente la textura en tus manos. Al tocar la comida con las manos en cierta forma le transfieres tu estado de ánimo, tus deseos. Piensa en cuánto disfrutarán los comensales.

Cuando te parezca que la masa está suficientemente homogénea, empieza a coger porciones con una cucharita y a haz las bolitas de carne. Tendrás preparado un plato con pan rallado, por el cual pasarás cada una de las albóndigas procurando que quede cubierta por todas partes.

Pon en una sartén grande (o mejor, en una cacerola alta) aceite de freír hasta que alcance una altura de unos 4 centímetros. Cuando esté caliente, ve echando ahí las albóndigas. Sácalas cuando estén doraditas, a un plato en el que has puesto una servilleta de papel para que absorba el exceso de aceite.

Muy importante: en este momento las albóndigas están exquisitas, pero no seas egoísta, no te las comas, piensa en los demás. Bueno, puedes comerte una para probar, pero sólo una, ¿eh?

Y sobre todo: cuenta las albóndigas que han salido. Probablemente no te va a servir para nada, pero hay que hacerlo. Las albóndigas se cuentan.

  • El encuentro.
Ahora que ya tienes las albóndigas fritas y la salsa de tomate preparada, es el momento de celebrar su unión. Ve echando las albóndigas en la cacerola del tomate, una a una. Que la salsa quede bien repartida entre todas. Y déjalo cocinar un ratito (con diez minutos bastará) a fuego muy lento, para que las dos partes de esta comida se vayan conociendo. Comprueba que no se te queman las albóndigas en el fondo de la olla.

A la hora de comer, puedes acompañar las albóndigas con patatas fritas, puré de patatas o arroz en blanco, por ejemplo. A mí me apetecían con pasta, así que he cocido unos bavette del número 13 y he puesto la carne y un poco de salsa encima.

¡A la mesa!

03 septiembre 2007

¡Una sopita de pescado, por favor!

Hay tantas sopas de pescado posibles como peces hay en el mar.
(Bien, tampoco hay que exagerar).

Aclarado esto, pues os diré que esta noche he preparado una y ha salido buenísima. Perfecta para una cena o para un primer plato al mediodía, sobre todo es útil para reciclar. Por ése es el espíritu de la sopa de pescado, y de casi todas las sopas: son como las croquetas, nacieron con espíritu de reciclaje. Nada se tira, todo se aprovecha. Hace unos días cociné un par de preciosas lubinas silvestres (sí, sí, silvestres, de verdad, de las que navegan por los mares). Pero guardé las dos cabezas en una bolsita en el congelador, y con ellas he perpetrado hoy el asunto en cuestión.

Necesitais, además de un par de ollas:

a) Pescado (en mi caso, las dos cabezas de lubina y dos pequeños lomitos de merluza)

b) Litro y medio de agua

c) Aceite de oliva

d) 1 cebolla

e) 1 tomate

f) 1 trocito de pimiento verde

g) 2 dientes de ajo

h) 1 hojita de laurel

i) Perejil

j) Un puñadito de arroz de grano largo

k) Azafrán (¡del de verdad! nada de infames colorantes)

l) Sal


Una vez tenemos todos nuestros ingredientes, ¡a funcionar esos fogones! Ya vereis qué olores más ricos salen de la marmita...

En una de las ollas ponemos a cocer el pescado con una hoja de laurel, sal y una ramita de perejil.

Mientras borbotea alegremente, agarramos una tablita y picamos la cebolla, el tomate en trocitos bien pequeños, y ese pedacito de pimiento verde -poquita cantidad, queremos darle colorido, la base del sofrito será la cebolla y el tomate-. También picamos los dos dientes de ajo.

En otro hornillo colocamos la olla en la que haremos la sopa. Simplemente cubrimos el fondo con el aceite. Ponemos la cebolla sola y el pimiento. La sofreímos a fuego bajito, hasta que se haga completamente, pero quedando clarita y tierna, sin coger tono tostado. Luego añadimos el tomate y reducimos un ratito. Finalmente ponemos los ajos, y dejamos la mezcla un par de minutos.

Entremientras, el pescado ya estará probablemente cocido, así que agarramos un plato, cuchillo y tenedor, y lo escogemos todo. Lo ponemos en bocaditos, pero sin desmigajarlo mucho, para que luego no quede una papa dispersa por la sopa, que esté un poquito entero. Guardamos en un platito el pescado y volvemos a la olla del sofrito.

Volcamos el caldo de cocer el pescado sobre el sofrito. Cuando empieza a hervir, echamos el puñado de arroz y el azafrán. Lo dejaremos unos diez minutos. Al terminar, ponemos un poquito de perejil picado en la sopa.

Nos llevamos a la mesa la olla de la sopa y el plato con los trocitos de pescado aparte, para que cada uno se sirva a su gusto. Eso ayuda además a que, si sobra sopa, no se deshaga en la olla ni se pase.

¡Bon apetit!