
Este plato se cocina en dos partes: la salsa y las albóndigas.
- La salsa: tomate frito.
Cubres el fondo de una cacerola con aceite (de oliva, por supuesto) y ahí sofríes, a fuego medio, una cebolla, un diente de ajo y un pimiento verde cortados en trocitos pequeñitos. Cuando la cebolla ya se ve transparente, viertes como un kilo de tomate triturado encima, un puñado de sal y media cucharita de azúcar. Remueves un poco con una cuchara de madera y lo dejas a fuego lento durante mínimo media hora. Como entrará en ebullición y lanzará gotitas de tomate por todas partes, mejor tapa la cacerola, pero no del todo, déjale una rendijita para que salga el vapor de agua que va perdiendo el tomate.
Muy importante: remover de vez en cuando para comprobar que no se está pegando al fondo de la caerola.
Y sobre todo: disfruta del "tap tap" que hace la tapadera al rebotar sobre la cacerola.
- Las albóndigas.
Llega un momento crucial: hay que arremangarse y meter las manos en la masa. Empuja con los puños cerrados, dale vueltas, separa con los dedos y vuelve a unir. Con firmeza pero con cariño. Disfruta del acto de amasar, siente la textura en tus manos. Al tocar la comida con las manos en cierta forma le transfieres tu estado de ánimo, tus deseos. Piensa en cuánto disfrutarán los comensales.
Cuando te parezca que la masa está suficientemente homogénea, empieza a coger porciones con una cucharita y a haz las bolitas de carne. Tendrás preparado un plato con pan rallado, por el cual pasarás cada una de las albóndigas procurando que quede cubierta por todas partes.
Pon en una sartén grande (o mejor, en una cacerola alta) aceite de freír hasta que alcance una altura de unos 4 centímetros. Cuando esté caliente, ve echando ahí las albóndigas. Sácalas cuando estén doraditas, a un plato en el que has puesto una servilleta de papel para que absorba el exceso de aceite.
Muy importante: en este momento las albóndigas están exquisitas, pero no seas egoísta, no te las comas, piensa en los demás. Bueno, puedes comerte una para probar, pero sólo una, ¿eh?
Y sobre todo: cuenta las albóndigas que han salido. Probablemente no te va a servir para nada, pero hay que hacerlo. Las albóndigas se cuentan.
- El encuentro.
A la hora de comer, puedes acompañar las albóndigas con patatas fritas, puré de patatas o arroz en blanco, por ejemplo. A mí me apetecían con pasta, así que he cocido unos bavette del número 13 y he puesto la carne y un poco de salsa encima.
¡A la mesa!