14 agosto 2008

Tarta de Ciruelas y Melocotón

Acabo de pasar unos días estupendos vagabundeando con la Gata, en los que hemos llenado la tripa con toda suerte de manjares, muchos de ellos preparados por su señora madre. ¡Que maestra cocinera! Algún día quisiera manejar fogones y masas como ella. Todavía estoy a años luz de poder reproducir alguna receta suya, pero he decidido empezar a dar mis pequeños pasitos. El primero es esta tarta de ciruelas y melocotón, que intenta imitar una deliciosa de manzanas que nos zampamos la semana pasada. El típico pie relleno de frutas es una forma muy sencilla de pastel, pero nunca antes había hecho uno. Así que allá vamos, ¿quién dijo miedo?



El relleno del pie es una compota de frutas. A mí me apetecía hacer una tarta de color rojo (¡me encanta el rojo!) y aprovechando que estamos en temporada de ciruelas, he pelado y cortado en trozos medianos ocho ciruelas rojas. Para tener contraste de colores, he añadido también tres melocotones. He puesto la fruta en una cacerola junto con once cucharadas de azúcar (no muy llenas, que no quede demasiado dulce), media rama de canela, un chorrito de zumo de limón y un vaso de agua. He calentado a fuego lento, muy lento, durante unas dos horas, vigilando la mezcla a cada rato y removiendo con una cuchara de madera para comprobar que no se pegaba al fondo de la cacerola. En cuestión de una hora las ciruelas se han deshecho y los melocotones se han teñido de rojo, así que me quedo sin combinación de colores, pero como el resultado es de rojo oscuro, estoy contenta.

Una vez que el agua se ha consumido y la compota ha adquirido consistencia, apago el fuego, retiro la rama de canela y dejo enfriar.

La base de la tarta es una masa de hojaldre. Como estoy en una cocina ajena que dispone sólo de la infraestructura más fundamental, he decidido no arriesgar más de lo imprescindible: después de todo me gustaría que saliera algo comestible. Así que he comprado una masa de hojaldre refrigerada (que no congelada). La he desenrollado y, aunque ya viene extendida, he querido hacerla más delgada aún. Ya he comentado que los recursos tecnológicos de esta cocina son limitados: a falta de rodillo, y dada la procedencia de la receta original, el instrumento que me ha parecido más apropiado ha sido una botella de albariño.

La masa precocinada viene sobre un papel de estraza, de modo que me ahorro engrasar el molde. Forro el molde con el hojaldre y recorto la masa sobrante. Sobre el hojaldre extiendo una capa delgada de la confitura de frutas.

Como el molde que tenemos es pequeño, la masa de los recortes basta para hacer la tapa de la tarta: formo una bola con ella y la extiendo con la botella de albariño dándole la forma de un rectángulo suficientemente grande como para cubrir el pastel. Una vez extendida, hago unos cortes en diagonal con el cuchillo, y tiro de dos esquinas opuestas, en sentido perpendicular a los cortes. De esta forma creamos una rejilla. Cubro la tarta con esta tapa, vuelvo a recortar lo sobrante y pego los bordes de la base y la tapa con los dedos.

¡Lo más difícil ha pasado!

El horno lo he precalentado a 200ºC. Bueno, digo 200ºC por decir algo, ya que es un horno de gas y sólo ofrece cuatro posibilidades: apagado (es una opción aburrida pero muy útil para no tener un infierno constante en la cocina), fuego abrasador abajo, llamita suave abajo y bola de fuego chamuscadora arriba. Pues eso, que con el horno bien calentito meto la tarta a altura media y cuezo con la llamita suave abajo durante unos 25 minutos, hasta que veo que el hojaldre está hecho (los afortunados que dispongáis de un horno eléctrico podéis mantener la temperatura a 200ºC y hornear durante unos 15 minutos).

El hojaldre cocido tiene un color amarillo pálido y queda un poco seco, de modo que no resulta muy atractivo. Por eso normalmente se pinta con huevo batido o almíbar. Yo no tenía brocha para pintar, así que he decidido usar un poco del sobrante de compota, de la parte que ha quedado más fina, para bañar con cuidado la tapa de la tarta. Entonces he vuelto a meterla en el horno, esta vez usando la opción bola de fuego chamuscadora arriba. Ha bastado apenas un minuto para que la tarta tomara ese color dorado que podéis ver en la foto. Después he esperado a que se enfriara para sacarla del molde.

Una vez perpetrado el experimento, ha llegado el momento de la prueba definitiva: darle un trozo al toledano. ¡Y le ha gustado! Pues entonces no debe estar mal del todo. ¿Alguien se atreve?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Yebra,

No puedo más que felicitarla porque:

- ¡por fin! ha actualizado la carta de este, últimamente, estancado blog (espabilemos Arguiñanas)

- porque ha conseguido vencer la haraganería estival aplicándose con las manos en la masa y encendiendo un horno que sumó grados al infernal calor castellano

- porque el resultado, al menos visualmente, es muy apetitoso.

Besos

Gata Vagabunda dijo...

¡Yo quiero un pedacito de tarta de color rojo!